Últimamente desayuno en el pato rojo. Bar que, inevitablemente, me recuerda la película “cuatro bodas y un funeral”.Allí, el nombre del hotel, era “el pato mareado”.Creo
Es un bar de obreros en el barrio valdefierro. La tortilla es buena y salada. La camarera rubia teñida. Con diez kilos de más. Vestida como si pesara veinte menos. El dueño calvo. Edad indeterminada. Imposible adivinar si la camarera es su mujer o su hija.
Sorprendentemente abundan los periódicos. El surtido incluye el país. La clientela la forman obreros de la zona.
Me aíslo fácilmente en este ambiente. Soy invisible. Primero leo el heraldo. No desdeño el marca o el periódico de Aragón como segunda opción. En cualquier caso el país suele estar libre.
El otro día ocurrió algo diferente. Estaba sentado y de repente uno de los obreros se me acerco. Llevaba chaleco reflectante y un plato de albóndigas. Al principio creí que me iba a reclamar el periódico. Me equivoque. Yo a ti te conozco- dijo- Entonces caí. Yo lo conocí. Había estudiado con el teatro. Hace casi veinte años. En Zaragoza. No recordaba su nombre. Sin preguntar dejo su plato de albóndigas y su cerveza en mi mesa. Me di cuenta que no había puesto cara de alegrarme mucho. Pero es que no me alegraba. Me sentí incomodo y molesto. No me apetecía charlar con este tipo. Me sentí también mal por pensar eso. Me pregunto ¿si seguía viviendo del teatro? con tono de saber que la respuesta era si. Yo conteste como disculpándome por vivir del teatro. El dijo que: tenía muchos huevos por ello, pero los dos sabíamos que estaba pensando que mucha suerte debía haber tenido para durar tanto.
No recuerdo haber tenido demasiado trato con este tipo. Recuerdo que me parecía un cretino y no recuerdo porque. Creo recordar que era pijo, pretencioso e ingenuo, pero no podría asegurarlo. En cualquier caso era vago, no trabajaba, encajo mal en la escuela y, después del primer año, abandono el curso.
Me inquirió mas detalles sobre mi situación en el mundo del teatro. Le dije que acababa de dirigir “terror y miseria” de Brecht. Dijo literalmente: “vaya cosas ¿no? No supe que contestar. Me explico cuidadosamente las razones por las que el teatro (exceptuando las comedias cachondas) no le gustaba. Le gustaba el cine. Intente recordar su nombre. Yo ya sabía que ibas para director-dijo-. Lo mire sorprendido, sabiendo que mentía. Tú ya eras así, siempre bohemio y abstraído -añadió-. Comenzó a irritarme. Yo tenia el periódico abierto y quería leer una cosa que Manuel vilas había escrito sobre Pajares. Ósea que, ¿te va bien?, repitió. Y yo conteste: bueno. Otra vez como pidiendo disculpas. Me enfade por ello.
Siguió hablando. Justificando porque la gente como el no iba al teatro. Yo asentía e intentaba no parecer muy desagradable. El cine si me gusta ahí te puedes hacer famoso. Pero yo no estoy dispuesto a sufrir con eso del teatro. Para dedicarse al teatro hay que sufrir –añadió-. Lo observe delante mió, con el mono y el chaleco reflectante y no pude evitar una sonrisa. A mi las obras serias me aburren, esas como las que…ahí se paro, pero los dos sabíamos que iba a decir como las que haces tú. Era el momento de irme. Me despedí apresuradamente y lo deje ahí con las albondigas.Le dije que me tenía que ir, que estaba en un ensayo. Era verdad. Ya casi había ganado la puerta cuando me volvió a llamar. Querría que le diera dos entradas. Yo dije que si. Pero claro, no llevaba invitaciones encima. Le di mi teléfono. Al salir a la calle me arrepentí. Le acaba de dar mi móvil a un tipo al que no veía hace veinte años, a alguien de quien ni siquiera recuerdo el nombre, a un tipo que odia todo lo que yo amo, a alguien que…
No importa. Tenia que dárselo. Esas cosas no se niegan a un espectro del pasado.
Disney en el cementerio
Hace 11 años
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