Publico secuestrado
Asistí en Madrid (hace tiempo) a una función de els comediants representaban los entremeses de Cervantes. Amo esos entremeses. Tuve la suerte de poder montarlos. Son geniales. Y lo son porque son cultos y populares a la vez. Cuatro siglos después el “retablo de las maravillas” no ha perdido un ápice de vigencia, el texto de “los habladores” no es menos actual en su forma que un schet de faemino y cansado. Fui a ver el espectáculo con toda la ilusión del mundo. El teatro estaba lleno y la entrada cara. La estenografía era una caseta de obra, idéntica a la que usan los obreros para cambiarse. El vestuario el típico de “Els comediants”, es decir, como de Ágata Ruiz de la Prada pero más feo y con más colores. A priori todo esto me daba igual. Lo externo no es lo fundamental.
Comenzó el espectáculo, los actores iban acelerados, como queriéndose quitar ese texto viejo de la boca, el publico no reía. Monte una vez ese texto e hicimos cincuenta funciones por España y, juro, que la gente se tronchaba de risa. Aquí no reía nadie excepto cuando se recurría a lo mas evidente, a lo mas tosco: la astracanada en el montaje, o la exageración demasiado grotesca del personaje, aditamentos que, pienso no le hacen falta a Cervantes.
Eso si al finalizar cada entremés salían los actores con un tambor y un personaje muy bien caracterizado como animal estrambótico. Allí comenzaba la animación infantil para adultos, consistía en hacer ritmos y conseguir que el público diera palmas. La gente, para mi disgusto, se lo pasaba muy bien en estos entremeses del entremés. Así transcurrieron casi dos horas de ataque a Cervantes y a mi sensibilidad. Al final, lo confieso, estaba bastante disgustado. Por fin llego el ultimo entremés y –que sorpresa- el saludo. El público puesto en pie aplaudía y gritaba bravo. Yo no entendía nada. Luego, volviendo a provincias, elabore una de mis teorías sobre el arte dramático en la actualidad: la del público secuestrado.
La describo:
Un público secuestrado es aquel que no quiere -ni puede- tener un criterio basado en el disfrute del teatro. Un público que va a hacer lo que le digan que haga. Un público secuestrado no conoce los entremeses, no los ama, no ha visto ninguna otra versión de estas piezas y, lo peor, no cree que por si solos (sin la intervención de Els Comediants) sean una cosa interesante. No era por tanto un público de teatro sino “el público que va al teatro” hoy en día.
Gente sin demasiada formación para los que pesa mas el nombre de Comediants (los han visto en la tele en las olimpiadas) que el de Cervantes. Un rebaño de cerebros, en el redil del teatro público.
Un público que piensa que si la entrada vale lo que vale y se representa en un gran teatro no puede ser malo. Un público dispuesto (y acostumbrado al aburrimiento) que, como toda crítica, podrá decir al final de la función: “me he aburrido un poco pero, como yo no entiendo de teatro”.
Desgraciadamente nuestros teatros se llenan cada día de ese público secuestrado. Ya no pido en mi teatro un público culto que sepa valorar un espectáculo. La inexistencia de una política institucional de creación de un repertorio. La ausencia de visionado y lectura, desde la escuela, de las obras clásicas, y, sobre todo, una enfermiza obsesión por la supuesta innovación, por la presencia de la multimedia, los ¿nuevos lenguajes? y todo lo que en este sentido se nos ocurra hace que esto sea imposible.
La profesión (salvo honrosas excepciones) no ha aprendido a hacer los clásicos “vivos”. Los montajes se hacen deprisa, sin una visión clara del texto. Hay que vender y, para hacerlo, hay que ofrecer novedades. Todo lo que falta en talento se rellena colocando la acción en Cuenca o en nueva York, vistiendo los personajes en vaqueros, y llenando la escena de pantallas de video o cualquier sin sentido que parezca diferente. Así ya se puede vender la novedad para nuestro público secuestrado.
En esta situación lo único que puede pedir un comediante es que a su teatro vaya el público que va al cine (por ejemplo), esos que no han leído a Cervantes pero desean divertirse en su butaca. Un público libre, sin prejuicios de ningún tipo, que vaya al teatro a divertirse y que, sea capaz, de decir: me he aburrido, esto es muy malo. Ese público joven (en espíritu), podría salvar nuestro teatro, hacerlo evolucionar llenarlo de pateos, de bostezos, de gritos y de aplausos.
He encontrado este público muchas veces en los teatros de los pueblos en salones de actos de institutos y lo prefiero, es libre y cruel, directo e inmediato, te hunde o te encumbra en segundos es, en fin, el público de siempre.
Mientras tanto aguantaremos con este público secuestrado. Hay gente que sabe manejarse bien con ellos. En el espectáculo de Els comediants, los pobres no sabían donde reírse porque no había donde reírse, pero el director hábilmente les sacaba unos payasitos que les obligaban a hacer palmas y así se justificaban los euros de la entrada. Y todos contentos.
Disney en el cementerio
Hace 11 años
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